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El espacio personal no es solo cuestión de higiene, sino un imperativo biológico

El debate actual sobre cuánto espacio personal necesitaremos en la oficina y cuánto espacio inmobiliario debe asumir la organización como resultado no es nuevo. Como en muchos otros aspectos de este debate, el punto en el que nos encontramos es realmente nuestro destino. Lo único es que hemos llegado aquí antes de lo que esperábamos.

Durante muchos años, los principales investigadores sobre inmuebles corporativos del mundo han estado siguiendo la dinámica cambiante del espacio de trabajo. Incluso antes de la pandemia, la oficina ha venido cobijando a más personas que nunca. Es decir, no solo se ha reducido la huella promedio del puesto de trabajo, sino que la proliferación de espacios de trabajo ágiles, con muchas más zonas compartidas, ha puesto de relieve la relación cambiante entre la oficina y las personas que la habitan.

Según la última guía de especificaciones del Consejo Británico de Oficinas, la cantidad de espacio personal asignado a cada persona en un edificio ha disminuido drásticamente en pocos años. Y sin embargo, esta evolución tiene un límite: la distancia que la gente espera entre sí para su esfera personal. Esta siempre ha tenido componentes sociales, personales y culturales, pero ahora se ha añadido la variable de la higiene.

Existe una base científica sólida detrás de esta afirmación. El antropólogo Edward T. Hall es el padre de la proxémica, el nombre que damos al estudio del espacio personal. Hall afirmaba que la gente suele tener hasta cuatro zonas de confort, con relaciones «íntimas», «personales», «sociales» y «públicas», que dependen básicamente del nivel de intimidad con la otra persona. Si se hace mal la mezcla, se añade un pico al estrés que las personas sienten de por sí por estar cerca de sus congéneres. Es importante saber dónde trazar la línea.

Los investigadores hablan también ahora de espacio peripersonal, refiriéndose al área inmediata alrededor de nuestro cuerpo. No somos los únicos que poseemos esta característica. De hecho, se da en todo el reino animal, como demostró el zoólogo suizo Heini Hediger, diseñador de los zoológicos de Berna, Basilea y Zúrich, en los que se tiene en cuenta cómo reaccionan los animales a la proximidad de otras criaturas, especialmente los depredadores.

Tenemos un hardware biológico muy similar al del resto de animales. No somos criaturas aisladas en nuestro propio ser, sino que interactuamos con el mundo que nos rodea. La importancia de este hecho explica por qué las intrusiones en el espacio peripersonal pueden percibirse como amenazas y transgresiones personales.

En una serie de experimentos con macacos, el neurofisiólogo italiano Giacomo Rizzolatti descubrió que las regiones del cerebro asociadas a las amenazas se iluminan no solo cuando los animales son tocados sino también cuando se encienden luces a su alrededor.

Este hecho se ve influido también por aspectos. Un estudio dirigido por científicos polacos y publicado en el Journal of Cross-Cultural Psychology halló que los británicos son más distantes (literalmente) que las personas de otros países. Les gusta mantenerse a un metro de extraños, a 80 cm de un conocido y a poco más de 50 cm de un amigo íntimo o cercano. Los argentinos, por su parte, prefieren una distancia de solo 76 cm frente a los extraños, 59 cm con conocidos y 40 cm con amigos.

Las implicaciones para la oficina

Todo esto tiene ramificaciones en la forma en que diseñamos los entornos de trabajo, por supuesto. Sentirse incómodo por intrusiones en nuestro espacio personal no solo supone un punto de estrés, sino que también podría explicar por qué tenemos tantos problemas con cuestiones de privacidad y acústica en muchos entornos de trabajo modernos.

El resultado es que los entornos de trabajo supuestamente colaborativos, que se basan en echar a todo el mundo al mismo ruedo, no siempre son propicios para determinadas tareas, ya que favorecen a ciertos tipos de personas más que a otros.

En parte, la solución podría ser la integración de diversos espacios y la conciencia de que las organizaciones no deben tener solo en cuenta las necesidades de los extrovertidos más ruidosos. Este modelo de espacio de trabajo basado las tareas no es nuevo y se remonta al menos a la época de la oficina combinada, una mezcla de cubículos y planta abierta, que era común en Europa mucho antes de que supiéramos lo que era un teléfono inteligente.

Este sofisticado modelo de espacio de trabajo depende de una comprensión profunda de las necesidades de la organización, así como de las de las personas que trabajan para ella. Esta comprensión parte de la premisa básica de que, si bien puede haber un buen argumento económico a favor de la reducción del espacio y la admisión de que debe sacrificarse cierta privacidad en aras de la comunicación, deben respetarse ciertos límites en sentido opuesto, limitaciones que tienen su propia lógica personal y empresarial.

El reto es, como siempre, lograr el equilibrio adecuado y tomar decisiones informadas teniendo en cuenta la variedad de modelos de oficinas y culturas corporativas que podemos aplicar. Lo más importante es no perder de vista el hecho de que estamos diseñando para animales que pueden responder a su entorno en función de sus características intrínsecas, más allá del pensamiento racional.

Por ello, los nuevos productos y los nuevos modelos de oficinas deben centrarse en la persona y sus interacciones con los demás, ya que entramos en una nueva era del trabajo y de los espacios de trabajo.

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