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El importante papel del trabajo en la búsqueda de la felicidad

La felicidad es una necesidad humana básica, especialmente en el trabajo, donde la tecnología nos permite obtener las máximas satisfacciones. Todo el mundo puede ser razonablemente feliz estos días, a pesar del incansable frenesí de la vida moderna, en un mundo en el que las esferas privada y profesional están estrechamente entrelazadas y estamos en contacto permanentemente con otras personas. O quizás somos felices precisamente a causa de todo ello.

Según Erich Fromm, el trabajo transformó lo que significaba ser humano. La Historia comienza en el mismo preciso momento en que las personas empezaron a trabajar, lo que disolvió su hasta entonces irrompible vínculo con la naturaleza, supuso que el ser humano asumiese el papel de creador y creó el concepto de «individualidad».

La evolución del ser humano se ha definido a través de las emancipadoras fuerzas del trabajo y su propensión al cambio y al desarrollo. El propio significado del trabajo ha evolucionado también, desde su papel original como sustento para la supervivencia, a menudo vinculado en el pasado lejano a la esclavitud, hasta convertirse en algo que otorga significado a la existencia y desarrolla nuestra creatividad y estatus social, manteniéndonos alejados de la desesperación y otras formas de pensamiento autodestructivas.

En otras palabras, el trabajo se ha convertido en la vara de medir de nuestra dignidad personal, nos ayuda a mejorar como personas y nos anima a demandar cosas a nuestra vida profesional que no se nos hubieran ocurrido antes. Esto incluye la necesidad de ser felices con lo que hacemos.

La felicidad es el tema central de numerosos discursos populares y públicos. Tanto la Constitución francesa como la Declaración de independencia estadounidense mencionan la felicidad. Más recientemente, la Asamblea General de las Naciones Unidas invitó a todos los países a describir otras medidas que «permitan recoger mejor la búsqueda de la felicidad y el bienestar en los índices de desarrollo», después del ejemplo marcado por el «Índice de Felicidad Nacional Bruta» creado por el Reino de Bután en 2008.

En las últimas décadas, la cuestión de la felicidad personal no solo ha interesado a los filósofos, sino también a psicólogos, neurocientíficos y economistas, quienes se han unido a la ardua tarea de definir qué hace a la gente feliz, qué valoran y cómo sus cuerpos y mentes reaccionan ante la sensación de felicidad.

Los filósofos y científicos sociales han definido la felicidad de numerosas formas. La principal divergencia se da entre el punto de vista hedonista de la felicidad, anclada en las sensaciones y pensamientos placenteros, y el punto de vista eudemónico o relativo a la plenitud, en el sentido de actuar de forma virtuosa, moralmente correcta, acorde con uno mismo, de un modo significativo y/o basado en el desarrollo personal. El enfoque hedonista se sustenta en las investigaciones sobre el bienestar subjetivo. Al contrario que esta percepción de la felicidad basada en sentimientos placenteros y en la satisfacción personal, las ideas eudemónicas de bienestar, autovalidación, autoactualización y conceptos relacionados sugieren que una vida feliz y plena implica hacer lo correcto y actuar de forma virtuosa. Significa crecer, perseguir objetivos importantes o coherentes y utilizar y desarrollar las capacidades y talentos propios, con independencia del modo en que se sienta uno en cada momento. Los científicos, por el contrario, han tratado de explicar qué hace felices a las personas y por qué unas son más felices que otras. Estudios realizados con gemelos aseveran que el 50 por ciento de nuestra propensión a la felicidad depende de nuestros genes, es decir, que todos tenemos una predisposición personal a ser más o menos felices en un momento dado.

Este «punto de partida genético» es la base de numerosos modelos «descendentes» de bienestar, que en realidad solo pueden explicar una parte de los motivos de nuestra felicidad. La otra parte, el modelo «ascendente», hace referencia a momentos de felicidad o a la suma de experiencias positivas. Estudios recientes sugieren que el restante 50 por ciento de nuestra capacidad para ser felices depende de factores ambientales (10 por ciento) o de actividades deliberadas con el objetivo de mejorar la felicidad (40 por ciento).

«La buena noticia es que existe un buen número de circunstancias internas […] que quedan bajo control voluntario. Si decide cambiarlas, su nivel de felicidad probablemente aumentará a largo plazo». Estas actividades pueden ser más o menos importantes en función de factores culturales locales, pero se consideran relacionadas con la amabilidad, la gratitud, el optimismo, la curiosidad, la jovialidad, el humor, la mentalidad abierta y la esperanza.

También se vinculan a la búsqueda de objetivos intrínsecos, como el crecimiento personal y las relaciones, más que con objetivos extrínsecos como la fama y el poder, y suelen caracterizarse por ser contagiosas, generando felicidad en las personas que nos rodean.

La consecución de la felicidad es la base de la psicología positiva, que representa un enfoque alternativo a los modelos previamente dominantes centrados en las experiencias negativas, como el estrés y la depresión. Este cambio de enfoque ayuda a cultivar conductas más positivas, como apoyar a los compañeros, ejercicios de integración de equipos o actividades motivacionales, y representa, por tanto, una propuesta mucho más atractiva para las organizaciones y entornos de trabajo.

Hablar sobre la felicidad en el trabajo implica considerar asuntos que van más allá de la esfera privada y personal. Esto incluye la satisfacción laboral, el compromiso personal, la dedicación y el entusiasmo, así como el compromiso de la organización, una comunicación clara, flujos de trabajo efectivos, liderazgo de servicio, la formación continua y el aprovechamiento inteligente del espacio y la tecnología.

Dado el importante papel del trabajo en nuestra vida, la oficina representa un espacio clave en la búsqueda de la felicidad: no solo porque «unos empleados sanos y felices tienden a ser más productivos a largo plazo, creando mejores productos y servicios más satisfactorios para sus clientes», sino también porque «la salud, la felicidad y la productividad son ingredientes esenciales de una buena sociedad».

Desde el punto de vista de la gerencia también resulta esencial invertir en la felicidad de los empleados: «[…] prácticas que impliquen el rediseño del trabajo a realizar por equipos autónomos, ser altamente selectivos en el empleo, ofrecer seguridad laboral, invertir en formación, compartir información y poder con los empleados, adoptar estructuras organizativas horizontales y ofrecer recompensas con base en el rendimiento de la organización».

Las últimas investigaciones sugieren que hacer más felices a las personas depende del tipo de retos que afronten y de establecer objetivos difíciles pero alcanzables. La felicidad está relacionada con la frecuencia de las experiencias positivas más que con su intensidad.

En nuestro cada vez más competitivo mundo no resulta complicado encontrar desafíos, pero transformarlos en catalizadores de la felicidad en el trabajo implica la creación de un cierto sentido de propósito tanto a nivel individual como de la organización. Al primero se le exige que acuda al trabajo con una actitud positiva, con ganas de aprender, de contribuir a un objetivo común y de crecer en ese camino; la segunda, sobre todo, debe ofrecer un sentido, visibilizando el impacto del trabajo y el efecto sobre su propio crecimiento. El Instituto Great Place to Work indica que unos empleados felices son aquellos que «confían en las personas para las que trabajan, se enorgullecen de lo que hacen y se divierten con la gente con la que trabajan».

El papel de la tecnología como apoyo de todo este proceso resulta crucial. A pesar del actual debate sobre el grado de felicidad que ha aportado o no a nuestras vidas, la tecnología no solo ha redefinido el modo en que trabajamos, también está creando una cultura laboral completamente nueva, dando sustento a todos los impulsores del compromiso personal con el trabajo: comunicando y compartiendo un propósito superior, comprendiendo el impacto del trabajo sobre la gente, otorgando autonomía a los empleados y creando nuevas relaciones entre las personas.

En el pasado la tecnología transformó los flujos de trabajo y nos liberó de las tareas más rutinarias. Ahora está cada vez más centrada en incrementar nuestra comprensión de los procesos mediante la recogida de datos y la creación de modelos. Está generando un nuevo nivel de cohesión en la oficina, libre de barreras tradicionales como la cultura o el idioma, y fomentando la transparencia, el trabajo en equipo y la colaboración.

También está ayudando a hacer feliz a la gente al ampliar las opciones que tienen para elegir dónde, cómo, cuándo y por qué trabajar. Solo esto ya explica por qué la provisión de tecnología punta es considerado por muchos como el factor más importante «para mantenerles felices en el trabajo» (81 %), frente al acceso a comida y bebidas (72 %), «un diseño bonito de la oficina» (61 %) y el acceso a servicios (56 %).

Estamos solo dando los primeros pasos de una transición digital en la que tecnología nos pide sutilmente que renunciemos a un poco de privacidad y control a cambio de librarnos de ansiedades y ayudarnos a expresar nuestro potencial pleno. Ser feliz es una parte más del trato.

Este artículo es un extracto de nuestro Monitor de tendencias Sedus Insights. Si desea saber más, haga clic aquí.

* Gráficos de Pierandrei Associati

Más información:

  1. Gavin J.H., Mason R.O., «The value of happiness in the workplace», 2004.
  2. Fisher C.D., «Happiness at work», 2010.
  3. http://www.greatplacetowork.com
  4. Adobe, «Future of Work», 2016.

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