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¿Trabajo híbrido? Una mirada diferente

En los últimos días he estado releyendo el magistral libro de Art Kleiner The Age of Heretics (La era de los herejes), que describe la historia de la teoría de la gestión en el siglo XX y las lecciones que olvidamos. Sigue siendo un libro relevante para la nueva era del «trabajo híbrido», ya que establece una distinción entre dos escuelas de pensamiento fundamentales en la teoría de la gestión. Una de ellas considera que la gestión es un juego de números en el que las personas son inherentemente problemáticas y, por lo tanto, se les debe ordenar lo que deben hacer basándose en datos y rutinas de actividad y comportamiento deseables. La otra considera que las personas son bienintencionadas, capaces y adaptables, y que los directivos están ahí para facilitar y canalizar sus capacidades y ayudarles a desarrollarse.

El primer enfoque perdura, por supuesto. Para quienes patologizan la oficina y romantizan la idea del teletrabajo, se trata de una idea que se ha incorporado a los ladrillos y a la argamasa de los espacios de trabajo arcaicos. Este punto de vista tiene cierta validez, sobre todo en la medida en que seguimos siendo testigos de las tediosas y absurdas exigencias de algunos burócratas de que la gente debería «volver a la oficina».

Por otra parte, la misma mentalidad que nos sometió al enfoque de la gestión científica se ve ahora atraída por el incansable ojo de la tecnología para supervisar nuestras mentes marchitas. Sobre todo ahora que el trabajo ha colonizado todos los rincones de nuestras vidas.

Como indica este artículo del Washington Post, a algunos trabajadores se les exige estar dispuestos a niveles inaceptables de vigilancia y control. Y no solo durante las horas de trabajo: parte del intrusismo tecnológico se extiende a sus vidas personales.

«Cuando Kerrie Krutchik, abogada desde hace 34 años, fue contratada esta primavera para uno de los puestos de trabajo de más rápido crecimiento en el ámbito jurídico, su idea era tener que revisar los expedientes de los casos desde la comodidad y seguridad de su casa en Ohio.

Entonces recibió por correo un portátil con instrucciones: para cobrar, tendría que cumplir con un sistema de reconocimiento facial impuesto por la empresa durante cada minuto de su contrato. Si miraba hacia otro lado durante demasiados segundos o se movía en su silla, tenía que volver a escanear su cara desde tres ángulos distintos, un proceso que acababa haciendo varias veces al día.

Para Krutchik, la pequeña luz parpadeante de la cámara del portátil se convirtió rápidamente en una pesadilla, y en un recordatorio de cómo podría ser su nueva jornada laboral incluso después de superada la pandemia. Después de dos semanas, rescindió su contrato y se comprometió a no volver a consentir ese tipo de vigilancia».

Por otro lado, el teletrabajo está dando también impulso a un aumento del trabajo performativo, según este artículo de The Economist.

«El teatrillo siempre ha sido una parte importante del trabajo. Una comunicación abierta y honesta es un requisito fundamental para el éxito del teletrabajo. Pero la prevalencia del trabajo performativo es una mala noticia, no solo para los George Costanzas del mundo, que ya no pueden desconectar de verdad, sino también para los empleados que tienen que ponerse con tareas reales una vez que el espectáculo ha terminado. Por extensión, también es malo para la productividad. ¿Por qué, entonces, persiste?

Una de las respuestas está en el deseo natural de los empleados de demostrar lo mucho que trabajan, como si fueran hormigas con un teclado. Otra es la necesidad de los directivos de ver lo que hace todo el mundo. Y una tercera se desprende de una investigación reciente, llevada a cabo por académicos de dos escuelas de negocios francesas, según la cual los profesionales se sienten atraídos por un nivel de «actividad óptima», que no les abruma ni les deja mucho tiempo para pensar. Ir de una reunión a otra, gestionar el correo electrónico y cumplir con una serie de pequeños plazos de entrega puede ser muy estimulante, aunque no se consiga gran cosa. El rendimiento es lo que cuenta».

Trabajo

Consecuencias imprevistas

Este año puede darnos la oportunidad de desentrañar por fin las consecuencias a largo plazo de los dos últimos años. Una de las cosas que deberíamos esperar que desaparezca es la idea de una «nueva normalidad». Las personas que utilizan esta cansina idea sin ironía están describiendo invariablemente sus propias experiencias y preferencias y las de gente como ellos.

Como señaló recientemente la periodista Marie LeConte en Twitter, incluso en el momento álgido del confinamiento, más de la mitad de los trabajadores del Reino Unido no trabajaban desde casa (algo extensible a España y el resto de Europa).

Del mismo modo, todo lo que se dice sobre la Gran Dimisión enmascara el hecho de que hay otros cambios estructurales en marcha en el mercado laboral, aparte de que los trabajadores cualificados puedan estar buscando mejores oportunidades. En Europa, la estrechez del mercado laboral se debe principalmente a que la gente está abandonando el trabajo por completo. Por ejemplo, en Reino Unido, la inactividad económica (personas que no tienen trabajo ni lo buscan) ha aumentado en más de 400.000 personas y sigue creciendo.

Según la ONS, también ha disminuido el número de autónomos. Esto se debe a un colapso del trabajo por cuenta propia, que ha caído en 815.000 personas, hasta algo más de 4,2 millones, en comparación con los niveles anteriores a la pandemia. Se trata de una caída del 16% y sugiere que la gente no está dejando sus trabajos en busca del empoderamiento del autoempleo. Más bien, parece que están aceptando trabajos para hacer frente a la inseguridad del autoempleo y la «gig economy».

Artículo publicado originalmente por Mark Eltringham en Workplace Insight, el blog sobre el mundo de la oficina más leído en Reino Unido.

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